15 de noviembre de 2024

Tijuana B.C. (Agencias) 24 de diciembre de 2014.- La Navidad es una etapa del año marcada por los atracones culinarios mientras pasamos unas fechas tan señaladas con nuestra familia. Además, los niños tienen mucho tiempo libre, algo que las compañías cinematográficas aprovechan para estrenar cintas con la idea de hacer que sus padres los lleven al cine.

Tercera y en principio última entrega de la saga, ‘Noche en el museo 3: El secreto del faraón’ es una película que ha acabado teniendo más importancia por ser uno de los trabajos póstumos de Robin Williams que por cualquier otra cosa, algo lógico teniendo en cuenta que tampoco es una franquicia de la que los espectadores estuviesen deseando ver más aventuras. No sorprende esa falta de entusiasmo, ya que es la peor de las tres, pero sigue siendo un entretenimiento aceptable con el que pasar el rato sin comerse mucho la cabeza.

‘Noche en el museo 3’, más de lo mismo

Son varias las ocasiones en las que me he quejado de que una secuela es más de lo mismo que lo visto en sus anteriores entregas al estar esto íntimamente ligado a ser notablemente inferiores a sus predecesoras. Es algo que seguiré haciendo siempre que sea el caso, pero en ‘Noche en el museo 3: El secreto del faraón” me queda la sensación de que simplemente se debe a la necesidad de ser fiel a la fórmula para poner punto y final a una saga que nunca fue nada del otro mundo.

Ya pasó algo parecido con ‘Noche en el museo 2’ (‘Night at the Museum: Battle of the Smithsonian’, Shawn Levy, 2009), pero la adición de Amy Adams aportaba una energía diferenciadora que le sentaba muy bien. Eso es algo que no tiene la tercera parte, lo cual ayuda a resaltar más la monotonía de lo que aparece en pantalla, pues el doble papel de Ben Stiller -la verdad es que se lo podía haber ahorrado, que no el lado cómico más excesivo y básico no es algo que haga demasiado bien-, el viaje a Londres, la amenaza a la que se enfrentan y los nuevos rostros nunca consiguen ser la base para alguna escena o que nos haga pensar que aunque sea solamente por eso ya ha merecido la pena verla.

Lo cierto es que tampoco esperaba algo diferente, ya que Shawn Levy es un director al que en el mejor de los casos podríamos calificar como funcional -vamos, que pone la cámara en un lugar adecuado y pasa de complicarse lo más mínimo con nada- mientras que la propia historia y lo que pudo verse en los diferentes avances apuntaban en la dirección de una secuela perezosa -de hecho,lo más inspirado es un efectivo prólogo que incluso me hizo pensar, salvando las distancias, en la muy entretenida ‘La Momia’ (‘The Mummy’, Stephen Sommers, 1999)- que solamente podrán disfrutar aquellos que lo hicieron con las dos anteriores.

Para pasar el rato

Esa completa falta de magia -en los últimos minutos casi consiguen algo parecido a ello, pero más por verlo como una despedida de Robin Williams que del personaje que interpreta- y el hecho de depender en exceso de lo que ya sabíamos de los personajes -¿cuál es la justificación más allá de eso de que tantos personajes viajen a Londres junto a Stiller?- podría haberla convertido en una molesta pérdida de tiempo, pero ‘Noche en el museo 3: El secreto del faraón’ se las ingenia para no hacerse aburrida.

He de confesar que no tengo del todo claro los motivos, pero sí sé que una de las claves es su ajustado metraje y el hecho de que ya estaba familiarizado tanto con los errores como con las virtudes de la saga, así que ya tenía claro lo que podía esperar de ella: Una aventura familiar intrascendente con algún trucaje visual resultón -aquí hay un espacio para la novedad que no se explora de forma satisfactoria, eso sí- y un tono cómico lo más séptico posible para contentar a todos, lo cual equivale a que haya algún chiste eficaz para casi cualquiera -y también bastantes que dejarán indiferente a la mayoría- . Y yo lo “compré”, así de sencillo.

En definitiva, ‘Noche en el museo 3: El secreto del faraón’ es una película hecha con el piloto automático confiando en que lo ya visto en anteriores entrega iba a ser suficiente para contentar al público. No voy a exagerar y decir que disfruté como un enano, pero sí que es lo suficientemente llevadera como para sentarte en la butaca, relajarte y desconectar sin sentir que te están tomando el pelo, pues cumple el mínimo exigible de lo que quiere ser, ni más, ni menos.

 (Juanfer Andrés, Esteban Roel, 2014).