@AlfredoPerezMX
Muchas personas estarán de acuerdo que una de las áreas más fascinantes de las ciencias forenses es sin duda, la fotografía forense.
Por su disciplina, técnica, sensibilidad, método y sobre todo «ojo clínico del fotógrafo», la fotografía se convirtió en el registro de toda memoria de una investigación criminal.
Por décadas la fotografía forense ha despertado el interés en muchas personas al considerarla como una evidencia tangible que permite ilustrar al perito, al fiscal, al investigador y, al propio juez en la reconstrucción de cualquier escenario o identificación de evidencias y características de alguna cosa o persona.
Se trata del puente que comunica el análisis, descripción e investigación y resultados con la imagen.
La fotografía adquirió tal relevancia que se convirtió en un soporte de toda disciplina forense y está íntimamente relacionada con la criminalística.
Desde una visión muy particular, se trata de una combinación entre la exhaustiva preparación del criminalista e investigador y, la sensibilidad que debe tener un artista para quien pretenda convertirse en fotógrafo forense.
No existe documento alguno que acredite los esfuerzos, experiencias e inicios de la fotografía forense en la región noroeste del país. Los libros que ahora consultan las y los universitarios que estudian las licenciaturas en criminalística, criminología y ciencias forenses a partir del 2008 en Baja California, nos remontan a finales de los años sesenta e inicios de los setentas, pero con experiencias recopiladas solamente del centro del país como consta en libro y manuales de criminalística.
En Baja California, fueron Roberto Montaño y Ramon Rivas quienes trabajaban la dactiloscopia, balística y fotografía de la policía en los años setenta. Estas oficinas estaban localizadas en la carretera antigua Tijuana-Ensenada, hoy conocida la vialidad como Blvd Cuauhtémoc Sur.
En esa misma ubicación se incorporaron Omar Orta Rodríguez y Alfredo Pérez Osorio entre 1975 y 1976. Posteriormente lo hace José Luis Padrón Soto. Todos ellos, sencillos en su trato, pero audaces en su trabajo y con un «olfato de sabueso» como era la expresión para reconocer a los buenos detectives.
Para aquella época las investigaciones eran acompañadas de opiniones técnicas como las del Dr Gustavo Salazar Fernández quien participaba como médico forense, Orta como especialista en balística, retrato hablado, Padrón en la dactiloscopia y Perez en la fotografía forense. Una fotografía completamente distinta a lo que hoy pueden ver con una amplia gama cromática.
Ellos fueron quienes fortalecieron la propuesta de instalar y, operar el cuarto obscuro donde se revelaban las fotografías en blanco y negro de aquellas escenas de crímenes que sucedían en Tijuana y las fotografías de los delincuentes más buscados en la década de los setentas.
Para Alfredo Pérez Osorio, un hombre prudente y dedicado a su trabajo, la pasión y el amor por la fotografía resultó desde su adolescencia cuando aprendió las técnicas de revelado e impresión. Tal fue su pasión, que en esa misma década de los setentas trabajaba en la fotografía ambulante, una actividad que para aquella época era bien retribuida y le permitía mantener a su familia.
Don Alfredo tenía su propio laboratorio de fotografía en un pequeño espacio de su casa y revelaba los fines de semana hasta que su habilidad para los encuadres, selección de ángulos y tomas fotográficas les gustaron algunos de los detectives que lo conocían y quienes pronto lo invitaron a trabajar en la policía.
Las ampliadoras, el foco rojo, los líquidos como revelador y fijador cuyo olor era muy característico, cajas de papel sensible y carretes con películas eran parte de día con día que don Alfredo atendía al revelar e imprimir las fotografías en blanco y negro hasta llegar al revelado a color, un proceso manual muy costoso en esa época.
«Tomar fotografías lo puede hacer cualquiera, pero tomarlas con la sensibilidad, método y técnica del fotógrafo forense no lo es para todos» expresaba don Alfredo a sus aprendices durante sus demostraciones en la policía con otros compañeros.
Fotografías con fines de identificación ante y post mortem, lugares de hechos, escenas de crímenes, indicios y evidencia era el diario para revelar e imprimir en el cuarto de fotografía del laboratorio de criminalística e identificación de la policía en Baja California.
Tomar la cámara fotográfica, tus accesorios, estuches, objetivos o lentes y salir a campo acompañando a los detectives en la vigilancia y seguimiento de presuntos delincuentes era otra de las actividades a las que estabas obligado a cubrir en el trabajo de la fotografía forense en los años setenta y ochenta.
Como si se tratara de una serie televisiva o película policiaca, así fueron las jornadas laborales de los expertos en el laboratorio de criminalística e identificación, acompañada de aquellas frases” no hay descanso» o «aquí tenemos hora de entrada, pero no de salida» quienes además de ello, se apegaban a una disciplina muy rígida y estricta con su trabajo.
El fotógrafo no solo debía conocer la técnica, sino se casaba con su equipo, sus objetivos o lentes, iluminación, rollos de películas, repuestos y otros accesorios que eran utilizados día y noche, como cuando el soldado duerme con su rifle, lo acompaña a todas partes así era la relación entre las herramientas de trabajo y el fotógrafo.
Por ello, convertirse en fotógrafo forense, no solo implica, estudiar, leer y practicar, sino que se requiere sensibilidad, vocación, entrega y pasión por las ciencias forenses, pero principalmente amor por la fotografía.