Por AlfredoPerezMX Fundador de la Sociedad de Ciencias Forenses en Baja California
Recuerdo que fue entre 1993 y 1995 cuando, por primera vez, comenzamos a videograbar las escenas de crímenes, o “lugares de hechos”, como solíamos llamarlos en ese entonces, lo que ahora conocemos como “lugares de sucesos”. A partir de 1994, el equipo de criminalística de campo se fue fortaleciendo con nuevos materiales para la recolección y embalaje de evidencias, además de cámaras fotográficas mecánicas o análogas de marcas como Canon, Pentax y Minolta.
En ese periodo, también se adquirió una videocámara de formato VHS, algo revolucionario para nosotros en aquel momento. Esta videocámara se utilizaría para documentar las escenas del crimen y mejorar las técnicas de fijación mediante imágenes más dinámicas, que no solo servirían para el trabajo de gabinete o laboratorio, sino que también podrían presentarse ante un juez, si era necesario.
Las videograbaciones nos ofrecían una gran ventaja sobre las fotografías y planimetrías tradicionales, ya que nos permitían capturar el contexto completo y la relación entre los elementos en la escena de una manera más clara y precisa. Sin embargo, había ciertos desafíos. Se necesitaba llevar un registro detallado de los segmentos grabados porque existía el riesgo de regrabar accidentalmente escenas importantes. También era necesario establecer una metodología adecuada para determinar qué momentos debían ser filmados.
Todavía me viene a la mente una anécdota bastante curiosa que surgió de la falta de criterio y la excesiva iniciativa de uno de mis compañeros. Se le había dado la instrucción de empezar a grabar desde la salida de la oficina hasta la llegada al lugar de los hechos, pero omitió el aviso previo. Lo que capturó la cámara fue el arranque de la camioneta pick-up Chevrolet Silverado, con las luces y sirena encendidas, mientras se escuchaban claramente las expresiones espontáneas del conductor, quejándose de la falta de educación vial de los otros conductores, que no se apartaban a pesar de las señales de emergencia.
Lo más cómico del asunto fue que, de fondo, dentro de la cabina del vehículo, entre los comentarios motivados por la generación de adrenalina, se escuchaba el redoble del tambor y cajas que marcaban el reconocible arranque e inició de la canción Matador, interpretada por Los Fabulosos Cadillacs que la habían lanzado en 1993.
Para rematar, el subprocurador en funciones, quien estaba interesado en revisar un incidente ocurrido momentos antes, solicitó la cinta al perito que había acompañado al equipo. Este, en su entusiasmo y falta de experiencia, entregó la cinta sin rebobinarla, lo que llevó a que tanto el subprocurador como el ministerio público fueran testigos de esta “técnica de videograbación” tan peculiar y poco ortodoxa.
Esa situación nos dejó claro que, aunque la tecnología avanzaba, también era necesario mejorar nuestros procedimientos y criterios al utilizarla. Al final, lo que comenzó como un error, terminó siendo una lección valiosa y, por supuesto, una anécdota que aún nos hace sonreír cuando la recordamos.
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