23 de diciembre de 2024
Cada segundo, Carlos sentía un pequeño golpe en su barriga. Era el latido de su «segundo corazón».

Tijuana B.C. (Agencias) 9 de diciembre de 2014.- La pequeña bomba mecánica estaba destinada a aliviar la carga de sus músculos cardíacos que estaban fallando, pero a Carlos (no es su nombre real) no le gustaba la sensación.

El ritmo de la máquina parecía reemplazar a su pulso, una sensación que deformaba su imagen corporal: cuando el dispositivo palpitaba por encima de su ombligo, Carlos tenía la extraña sensación de que su pecho caía en el abdomen.

Era una sensación extraña, inquietante. Pero cuando el neurocientífico Agustín Ibáñez conoció a Carlos, sospechó que iba a sentir efectos incluso más extraños.

Ibáñez pensó que al cambiar su corazón, los médicos habían cambiado también la mente de su paciente: Carlos pensaba, sentía y actuaba de manera diferente como resultado del implante.

¿Cómo ocurrió? A menudo hablamos de «seguir lo que nos dice el corazón», pero es sólo recientemente que los científicos han comenzado a mostrar que hay una verdad literal en este dicho.

El bulto palpitante de músculo contribuye a nuestras emociones y a los misteriosos sentimientos de «intuición» de una manera muy real.

Todo, desde su empatía por el dolor de otra persona a la corazonada de que su esposo está teniendo una aventura, puede originarse a partir de señales sutiles en su corazón y el resto de su cuerpo.

Y el hombre que siente dos corazones dio a Ibáñez, que tiene su sede en la Universidad Favaloro en Buenos Aires, una oportunidad única para poner a prueba esas ideas.

«Relleno craneal»

El trabajo de Ibáñez concuerda con milenios de especulaciones sobre el papel del corazón en la cognición que a veces se pensó que sustituiría al cerebro.

Aristóteles supuso que la función principal del cerebro era enfriar las pasiones que hacían erupción desde el corazón, que consideraba el asiento del alma.

Ahora tenemos una visión más cerebral del pensamiento, incluso si la opinión de que el corazón es la fuente de nuestras emociones se haya quedado atrás. Basta con considerar las muchas metáforas que utilizamos hoy en día para describir sentimientos.

William James, el fundador de la psicología moderna, ayudó a formalizar estas ideas en el siglo XIX al sugerir que las emociones son realmente un ciclo de retroalimentación de ida y vuelta entre el cuerpo y el cerebro.

Según su teoría, el cerebro podría ser capaz de registrar una amenaza intelectualmente, pero es nuestra conciencia de los latidos del corazón acelerados y las palmas sudorosas lo que transforma un concepto abstracto en una emoción visceral.

Las ideas de James también plantearon una pregunta importante: ¿si todo el mundo tuviese conciencia corporal diferente, daría forma a las emociones que experimentan?

La idea era difícil de probar, sin embargo, cien años después los científicos están tratando de averiguarlo.

Los estudios pedían primero a los sujetos que contaran sus latidos basados únicamente en los sentimientos dentro de su pecho; no se les permitió poner la mano sobre su corazón o tomarse el pulso.

Alrededor de una de cada cuatro personas perdió el conteo en un 50%, lo que sugiere que tenían poca o ninguna percepción de los movimientos dentro de ellos; sólo una cuarta obtuvo el 80% de precisión. Después de probar su conciencia cardíaca, los investigadores dieron a los voluntarios varias pruebas cognitivas.

Las personas con más conciencia corporal tienden a tener reacciones más intensas a imágenes emotivas. También son mejores a la hora describir sus sentimientos.

En otras palabras, las personas que están en sintonía con sus cuerpos tienen una vida más emocional y rica, incluyendo los altibajos de la vida.

«Puede que no seamos capaces de describir la firma fisiológica particular de una experiencia placentera, pero probablemente reconocemos las sensaciones cuando se producen», dice Daniella Furman en la Universidad de California, Berkeley.

Barómetro emocional

Estas señales corporales secretas también pueden estar detrás de nuestra intuición – las corazonadas indefinibles que tiene la mano ganadora en el póquer, por ejemplo, según un estudio de Barney Dunn de la Universidad de Exeter.

La tarea era simple: se pidió a los voluntarios que eligieran cartas de montones, y ganarían dinero si coincidía con el color de otra carta que se encontraba bocarriba.

El juego estaba amañado para que la persona tuviera ligeramente más probabilidades de ganar de dos de los montones.

Dunn encontró que las personas que podían rastrear su latido del corazón con más exactitud tendían a escoger de ciertos montones, mientras que aquellos con mala percepción eran más propensos a elegir al azar.

Así que el folclore puede estar en lo cierto: las personas que están en contacto con su corazón tienden más a dejarse llevar por sus instintos, para bien o para mal.

Esto llevó a Ibáñez a preguntarse qué pasaría si una persona tiene un corazón artificial.

Si Carlos experimentó cambios sustanciales, ofrecería nuevas evidencias que indicarían que nuestra mente se extiende mucho más allá del cerebro.

Y eso es exactamente lo que encontró. Cuando Carlos se tomó el pulso, por ejemplo, siguió los ritmos de la máquina en lugar de los de su propio corazón.

Pero lo más importante, es que también parecía tener fuertemente alteradas ciertas habilidades sociales y emocionales.

Carlos parecía carecer de empatía cuando vio imágenes de personas sufriendo un accidente, por ejemplo.

También tuvo problemas más generales con su habilidad para entender los motivos de otros, y, sobre todo, la toma de decisiones de forma intuitiva, todo lo cual está en línea con la idea de que el cuerpo gobierna la cognición emocional. «Es un estudio muy interesante, muy interesante», dice Dunn.

Lamentablemente, Carlos murió de complicaciones durante los tratamientos posteriores, pero Ibáñez ahora espera continuar sus estudios con otros pacientes.