Por Beatriz Aguilar Alejandrez
Colaboradora del Instituto Regional de Investigaciones sobre Prevención y Participación Ciudadana en Baja California
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La difusión sobre las muertes violentas que aparecen en las noticias son pan de cada día, no solo en nuestro país, si no en todo el mundo, estas, muchas veces surgen como consecuencia de la lucha contra el narcotráfico, en México han quedado en evidencia algunos grupos que se disputan el control de ciertas zonas, en este fuego cruzado ha habido víctimas inocentes que lamentablemente se encontraban en el lugar y hora menos indicado.
Autoridades postulantes para un cargo público maneja como estandarte su compromiso contra este mal, algunas autoridades han incrementado las cuadrillas policiales en la calle, utilizando también el despliegue militar, haciendo recorrido en las colonias conflictivas, estas acciones han provocado sentimientos encontrados entre la población, unos evidencian indignación y otros agradecen la medida. Existe un deterioro de nuestra sociedad, creando en nuestra mente una tolerancia a la violencia y que la sentimos como algo cotidiano.
Hay una realidad que contraria e insulta a la condición humana y termina dividiendo a la sociedad, por un lado, están los que cada día lucha por todos los medios estar en el camino de la legalidad muy a pesar de sus ingresos limitados, otros consideran la ilegalidad su única posibilidad para poder subsistir, por fortuna estos últimos son pocos, según indicadores el número de jóvenes involucrados en actos delictivos y que han perdido la vida van en incremento, sin dejar a un lado los que purgan condena.
Si se habla de menores, muchos de estos provienen de familias desestructuradas que han crecido con un profundo resentimiento y falta de afecto, donde su forma de socialización y se parte de un grupo es llevar acciones delictivas, crean una imagen estigmatizada ante la sociedad, sintiéndose reconocidos por su grupo, también aprenden que el utilizar la violencia les permitirá adquirir bienes materiales.
Un ejemplo de ello es Edgar Jiménez Lugo, llamado también “El Ponchis” o “El niño sicario”, creció en una familia disfuncional, las drogas siempre estuvieron a su alcance y las calles se convirtieron en su hogar, él comenzó su carrera criminal y el uso de sustancias a la edad de 11 años, de manera violenta fue reclutado por el cártel del pacífico Sur, donde fue obligado a matar, confeso que en un inicio sentía feo, después ya no, llevaba 4 muertes en su haber y por cada uno le pagaban dos mil quinientos dólares, en el 2010 cuando contaba con 14 años fue detenido por elementos del ejército, por su edad purgo una condena de 3 años en un centro penitenciario, en 2013 fue liberado bajo un fuerte dispositivo de seguridad, radicando actualmente en Estados Unidos al lado de su madre.
Los factores que influyen para que un individuo tome el camino delincuencial son diversos, no se puede afirmar que una persona nace mala, pero si hay características que son posteriores a su nacimientos, se tendría que revisar aspectos familiares, su entorno, su desarrollo, origen socioeconómico, entre otros, estos pueden predisponer a comportamientos violentos, existen también aspectos biológicos, según estudios hay áreas motoras y sensoriales de la corteza cerebral donde las moléculas neurotransmisoras rigen conductas y se asocian con la violencia, como la baja de serotonina, la alta de dopamina o el desequilibrio en las hormonas como la testosterona en el caso de los hombres que puede provocar comportamientos anómalos.
Según Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública llevada a cabo en 2020 las conductas delictivas o anti-sociales más frecuentes fueron el consumo de alcohol en la calle, seguido por el consumo de drogas. En México el 34.7% de población carcelaria es joven, entre 18 y 29 años, siendo internados cada año 4,500 adolescentes por delitos graves.