12 de abril de 2025
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CONTRASTE - POLITIQUERÍA CONTRA LEYZAOLA

A alguien le molesta que Leyzaola esté de vuelta. A alguien le irrita profundamente que un hombre con una hoja de vida marcada por la disciplina militar, la estrategia y la valentía, asuma un papel protagónico en la reconstrucción del orden y la paz en Mexicali.
Lic. Ricardo Cano Castro

Hay momentos en los que la mezquindad política asoma su rostro con tal desvergüenza, que uno se pregunta si de verdad aún recordamos lo que significa la palabra “servicio público”.

Hoy, la seguridad de un hombre que ha arriesgado su vida por pacificar territorios dominados por el crimen —el Teniente Coronel Julián Leyzaola— se ha vuelto blanco de una campaña de deslegitimación, alentada desde las sombras por intereses que, sin duda, tiemblan ante su presencia, su historia y su nombre.

A alguien le molesta que Leyzaola esté de vuelta. A alguien le irrita profundamente que un hombre con una hoja de vida marcada por la disciplina militar, la estrategia y la valentía, asuma un papel protagónico en la reconstrucción del orden y la paz en Mexicali.

A alguien, en su soberbia ciega, le interesa más destruir un proyecto de seguridad que salvar vidas. Y peor aún: se atreve a filtrar, como si se tratara de un escándalo, las propuestas que garantizan la integridad física de quien, por sus actos, tiene más que merecido el derecho a cuidarse.

La politiquería —esa degradación ruin de la verdadera política— se alimenta del escándalo y del morbo, no del fondo ni de los principios. No le interesa construir, solo derribar. Y ahora, esa politiquería ha encontrado su blanco en Leyzaola, pretendiendo confundir a la opinión pública, sembrando la idea de que su solicitud de medidas de protección personal es una concesión ilegítima, cuando es, en realidad, una consecuencia natural y necesaria de su historia y de los riesgos que enfrenta.

¿Dónde queda la memoria colectiva? ¿Dónde queda el sentido común? El Teniente Coronel no es un improvisado. Es un hombre que ha pagado con su cuerpo el precio de hacer frente al crimen organizado. Su parálisis no es una medalla ni un discurso, es un hecho vivo que lo acompaña cada día, testimonio irrefutable de una guerra que muchos prefieren olvidar. Y sin embargo, ahora se le pretende castigar por pedir resguardo. Como si cuidar la vida de los que han defendido a la sociedad fuera un capricho y no una obligación del Estado.

La historia reciente de México nos da ejemplos claros: altos mandos de seguridad han residido en casas-cuarteles, unidades habitacionales militares y recintos protegidos por razones obvias. La Unidad Habitacional Militar Lomas de Sotelo, los cuarteles de la Policía Michoacán con casas blindadas y helipuertos, entre otros casos documentados, son reflejo de que este tipo de medidas no son privilegio, sino necesidad.

Quienes hoy intentan convertir en escándalo la protección de Leyzaola deberían repasar la Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Aunque no impone residencias especiales, sí ordena garantizar condiciones de eficiencia, legalidad y respeto a los derechos humanos para los servidores públicos en funciones de seguridad. El derecho a la vida y la integridad no es negociable, ni sujeto a cálculo electoral.

Sí, es cierto: los medios encuentran atractiva esta información. Tiene el aroma de la controversia, de la sospecha, del conflicto. Pero es ahí donde se exige altura periodística. Tratar estos temas con madurez, responsabilidad y sentido ético. No contribuir al linchamiento moral de quienes —como Julián Leyzaola— han asumido en serio la misión de protegernos a todos, aún a costa de su bienestar.

Alguien dentro, sin duda, está operando contra este proyecto de seguridad. Pero no subestimen la inteligencia de quien ha caminado entre balas y conspiraciones. Julián Leyzaola sabrá identificar al traidor. Y si no lo ha hecho ya, es solo cuestión de tiempo.

Hoy, más que nunca, necesitamos menos politiquería y más compromiso. Menos fuego amigo y más lealtad institucional. Y sobre todo, necesitamos recordar que la seguridad pública no se construye desde la comodidad del anonimato, sino desde la entrega, la verdad y el valor. Y eso, aunque les incomode, tiene nombre y apellido: Teniente Coronel Julián Leyzaola.

Lic. Ricardo Cano Castro

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California, con Maestría en Docencia y formación complementaria en Filosofía y Desarrollo Humano. Profesional con experiencia en el sector público como asesor en Regidurías y en el ámbito educativo, destacándose como director de instituciones privadas de nivel medio superior. Emprendedor apasionado por el desarrollo integral de las personas, con un profundo compromiso con la filantropía y la construcción de un impacto positivo en la sociedad. Además, orgulloso padre de familia y promotor de valores humanos en todas sus actividades.

Esta columna no refleja la opinión de Plural.Mx, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor

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