18 de diciembre de 2024
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CONTRASTE - EL CRIMEN, UN PASO ADELANTE FRENTE A UN ESTADO FLAQUEANTE

En un entorno de creciente normalización de la violencia, los grupos criminales han comprendido que el control territorial no es suficiente. Ahora apuestan por la diversificación de su modus operandi, identificando en la tecnología y la educación superior espacios fértiles para su expansión.
Lic. Ricardo Cano Castro

Pareciera que el crimen consolida su poder en áreas que deberían ser exclusivas del desarrollo social, del Estado, como la educación y la tecnología.

La reciente revelación del The New York Times sobre el presunto reclutamiento de estudiantes universitarios por parte del Cártel de Sinaloa para la producción de fentanilo ha generado una conmoción que trasciende el ámbito del narcotráfico.

Más allá de la veracidad del reportaje —cuestionada por la presidente Claudia Sheinbaum—, este episodio refleja un fenómeno alarmante: el crimen organizado no solo se profesionaliza, sino que explora y domina nuevas áreas de oportunidad con la precisión de un estratega corporativo, mientras el Estado sigue rezagado, atrapado en políticas anticrimen débiles e insuficientes.

El crimen como estratega: tecnología y educación como mercado

En un entorno de creciente normalización de la violencia, los grupos criminales han comprendido que el control territorial no es suficiente. Ahora apuestan por la diversificación de su modus operandi, identificando en la tecnología y la educación superior espacios fértiles para su expansión.

Este enfoque va más allá de la mera explotación de necesidades económicas; implica la creación de estructuras organizadas que convierten el conocimiento científico en un motor para actividades ilícitas.

El testimonio de Saskia Niño de Rivera, de la asociación Reinserta, pone el dedo en la llaga: el crimen no solo recluta en los márgenes de la sociedad, sino que atrae a jóvenes preparados, con habilidades específicas que resultan clave para su funcionamiento.

Este fenómeno refleja un cambio paradigmático. Mientras el gobierno se enfoca en programas asistenciales para combatir la pobreza, el crimen organizado actúa como un “empleador atractivo”, ofreciendo no solo dinero, sino también sentido de pertenencia y oportunidades que el Estado no proporciona.

La miopía de las políticas públicas

La estrategia oficial parece anclada en una visión simplista que asocia la delincuencia con la pobreza extrema y la falta de educación. Los programas sociales, aunque útiles para mitigar desigualdades, son insuficientes frente a un modelo criminal que se adapta y evoluciona.

Como bien señala Niño de Rivera, esta aproximación no solo es ineficaz, sino que criminaliza la pobreza al asumir que las necesidades económicas son el único motor del reclutamiento.

Además, el gobierno mexicano ha mostrado poca habilidad para reconocer la sofisticación del crimen organizado. Declaraciones como las de Sheinbaum, que desestima el reportaje del New York Times al compararlo con narrativas ficticias como Breaking Bad, reflejan un peligroso desconocimiento del problema.

Esta postura, aunque políticamente conveniente, ignora una realidad tangible: el narcotráfico ha superado los métodos rudimentarios y opera con estrategias propias de un sector empresarial globalizado.

El debate sobre la producción y comercialización de fentanilo pone de manifiesto la tensión entre México y Estados Unidos, dos naciones que comparten responsabilidad en este problema. Si bien el gobierno mexicano defiende su soberanía, resulta imperativo reconocer que la cooperación binacional es esencial para enfrentar un fenómeno que trasciende fronteras.

Sin embargo, esta colaboración debe basarse en un entendimiento mutuo y en el respeto, evitando caer en políticas unilaterales que perpetúan la desconfianza.

Estado reacciona tarde

El mayor peligro de la situación actual radica en la incapacidad, por lo menos hasta hoy, del Estado para prever y anticiparse a los movimientos del crimen organizado.

Como un gato que persigue al ratón, las políticas anticrimen parecen llegar siempre un paso tarde, mientras los grupos delictivos no solo innovan, sino que consolidan su poder en áreas que deberían ser exclusivas del desarrollo social, como la educación y la tecnología.

Es urgente un cambio de enfoque. Más allá de reforzar la seguridad pública, México necesita estrategias integrales que incluyan educación de calidad, acceso a oportunidades laborales dignas y una política tecnológica que cierre las brechas que hoy explotan los criminales. Paralelamente, el reclutamiento infantil y juvenil debe ser tipificado como delito con sanciones claras, mientras se fortalecen los programas preventivos en comunidades vulnerables.

En este juego de ajedrez, el crimen organizado ha demostrado ser un estratega sagaz. Es hora de que el Estado deje de jugar al gato y asuma el papel de arquitecto de un futuro donde los jóvenes no tengan que elegir entre la violencia y la desesperanza. Solo así, México podrá recuperar el terreno perdido.

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Lic. Ricardo Cano Castro

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Baja California, con Maestría en Docencia y formación complementaria en Filosofía y Desarrollo Humano. Profesional con experiencia en el sector público como asesor en Regidurías y en el ámbito educativo, destacándose como director de instituciones privadas de nivel medio superior. Emprendedor apasionado por el desarrollo integral de las personas, con un profundo compromiso con la filantropía y la construcción de un impacto positivo en la sociedad. Además, orgulloso padre de familia y promotor de valores humanos en todas sus actividades.

Esta columna no refleja la opinión de Plural.Mx, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor

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