23 de diciembre de 2024
AMEBA
Te vas porque yo quiero que te vayas…
                                                    José Alfredo Jiménez

 

La renuncia

El último presidente de México en renunciar fue Pascual Ortiz Rubio en 1932. Eran tiempos aciagos, la época del Maximato en la que Plutarco Elías Calles no soltaba el mando, quitaba y ponía presidentes a su antojo y conveniencia para seguir manteniendo el poder. Enfadado, don Pascual no quiso ser chichifo de nadie y renunció. A partir de ahí y hasta nuestros días, una vez institucionalizada la Robolución, ningún presidente se ha ausentado del cargo. Nuestra clase política está chapada con teflón, todo se les resbala y prefieren aguantar vara que alejarse de las mieles del presupuesto. El hecho de que ocurra es tan impensable que muy pocos saben en realidad que seguiría a la renuncia de un Presidente.

Hace algunos días un amigo que, dados los últimos acontecimientos trágicos del país, anda con la vena revolucionaria a flor de piel, me mando un correo con una carta solicitando firmas de apoyo y en la que se le pedía al Presidente recoger sus cosas en una cajita de cartón del Office Depot y con el favor, pasar a retirarse. La verdad es que el intento me pareció fallido de origen,  porque regularmente, salvo en raras ocasiones, a esas cartas en las que se recogen firmas para solicitar tal o cual cosa, nadie les hace caso: ni la gente que las firma que lo hace para que el solicitante no este fregando, ni a quién van dirigidas porque no cuentan con una representatividad factible y terminan o en el bote de la basura o como substitutos de papel sanitario en caso de emergencia. Así pues, le pregunte a mi amigo que, en el hipotético caso de que el Señor Peña aceptara renunciar, dada la dureza de la carta, quien entraría por él y me contestó – ¿pues el Vice, no? ¿Quién es?-, le dije que no había vicepresidente y que a menos que resucitáramos a José María Pino Suarez, el proyecto no era fiable. –Ah, pues entonces el que sigue (sic)…AMLO o Ebrard quieren ¿no?-.

Mi intuición me hizo pensar que no estaba bien informado o que estaba muy entrado con House of Cards. Intenté encontrar la respuesta en otra parte. Revisé en las redes sociales, en los periódicos y nada. En la solicitud de renuncia a Enrique Peña Nieto, en las manifestaciones, en las sentidas cartas de protesta y en los memes de Facebook no encontré una sola propuesta, una mínima idea de qué seguiría a la hipotética partida del Presidente: ¿Si se va, quién se queda por él?, ¿Quién elegiría al nuevo Presidente? ¿Cómo se aseguraría una transición tranquila, sin narcos y anarcos haciendo su agosto en un estado sin autoridad visible? ¿Se aceptaría al nuevo Presidente?

Un amigo abogado me dio la respuesta: Según los Artículos 84 y 85 de la Constitución, un Presidente puede presentar su renuncia y esta tendría primeramente que ser aceptada por el Congreso de la Unión; si así sucediera y dado que transcurrieron dos años del sexenio, el Congreso deberá designar un Presidente substituto en votación secreta en un máximo de 60 días y éste Presidente ejercería los 4 años restantes. Ahora bien, esto me puso a pensar: Si el Congreso de la Unión es de mayoría Priista y no hay oposición (¿alguien sabe dónde están el PAN y el PRD? ¿Cuáles son sus posiciones después de Ayotzinapa y la Casa Banca?) ¿A quién pondrían de Presidente? ¿A Manlio Fabio Beltrones? ¿A Emilio Gamboa? ¿No saldría más caro el caldo que las albóndigas? ¿De verdad les gustaría dejar la decisión de poner un Presidente en las manos de los seres  más desprestigiados de nuestra sociedad: diputados y senadores?

Y es que en toda esta protesta  el enojo no parece tener guía y las culpas están mal repartidas. Si bien el Presidente es responsable por omisión e incapacidad de la situación del país, también es cierto que él no mandó desaparecer a los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Los culpables (entre ellos un Presidente Municipal del PRD, por cierto, ¿alguien se acuerda de él y su señora?) ya están en la cárcel, y los asesinos confesos aceptaron con lujo de detalles haber matado e incinerado a los estudiantes.  No hay un líder visible que lleve por buen rumbo el descontento y que nos diga que quizá la mejor forma de lograr un cambio sea con una participación ciudadana responsable y sobre todo bien informada, que busque la forma y las herramientas para contener el actuar de los gobiernos; que nos haga ver que  la endeble democracia en la que vivimos no está sujeta a deseos y gustos personales ni a interpretaciones.

Toda protesta para que sea válida debería tener una causa, un fundamento y proponer una solución viable, de otra forma solo son berrinches, gritos lanzados al vacío. Ser revolucionario en las redes sociales sin estar debidamente informado no ayuda al propósito de crear conciencia e impulsar un cambio. ¿Cuánta gente no se crea una opinión con solo leer el encabezado de una nota periodística sin dedicarle unos minutos a leer la nota completa? ¿Cuánta gente sigue creyéndose las notas del Deforma como si fueran reales? (La indignación general cuando sacaron la nota de que se habían vendido los derechos del Himno Nacional fue de antología).

43 muertos (si solo fueran los únicos) es un hecho trágico que no debe quedar impune y olvidado, pero el odio y la ignorancia solo abona a la tragedia más dolor.

 

Saúl Mendoza

Twitter: @elamebo